sábado, 26 de diciembre de 2015

La Magia de un recuerdo

Es una especie de regalo que se da en Navidad, o en cualquier época del año. Es una imagen, un sonido, una voz. Quizás tan solo una palabra. Y entonces... estás allí. Como si un genio te hubiera concedido el primero de los deseos. Aquel lugar, a principios de Mayo, aquella compañía, aquellos juegos.
Puedes verlo, puedes oírlo. Como si fuese una película grabada de forma casera y la estuvieras viendo en la televisión de tu salón. Sientes que te emocionas. De alguna forma, sabes que esos momentos no se van a repetir, pero, concediéndote el genio tu segundo deseo, sabes que hoy estás viviendo lo que, tal vez, otro día será el mejor de tus recuerdos.
Sigues recordando, sonriendo cuando tu primo aparece en tu recuerdo diez años más joven de lo que es ahora. ¡Era un enano! Y poco después, cuando llega el momento en que sabes que el recuerdo acabará y volverás al mundo real, se cumple el tercer y último deseo. Las escenas se ven ahora en blanco y negro y a cámara lenta mientras suena una canción bonita. Nunca te había gustado tanto esa canción como ahora.
Fundido a negro. Miras a tu alrededor. Todo sigue igual, no parece haber pasado nada. Sonríes. Están ahí. La gente de tu recuerdo está a tu lado. Son, parece, diez años mayores, pero siguen siendo niños.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Pequeña, diminuta

Cierras los ojos muy lentamente, como si no te atrevieras a quedarte dormida. Bostezas. Es maravilloso, sin duda, ver cómo te acomodas en mis brazos y decides que estás a gusto. No lloras, no te quejas, simplemente estás. Estás con unos primos que, tal vez, estén haciendo una vida muy diferente cuando quieras jugar con ellos.
No pesas, apenas ocupas nada, eres realmente pequeña. Coges mi dedo abrazándolo con tu mano de dedos diminutos. Si yo me muevo, tú me agarras con más fuerza.
Puede que sea un poco aburrido, no lo sé, poder únicamente comer y dormir. Espera, solo espera. En poco tiempo empezarás a andar y correr por toda la casa mientras gritas las pocas palabras que sabrás por el momento. Verás qué divertido. Cuando puedas hablar con tus hermanas y, sí, de vez en cuando pelear un poco; pero también contar algo gracioso que os ha pasado en clase. Entonces verás que la vida nunca volverá a ser aburrida, pase lo que pase.
Cuando sepas jugar, ¡ay, cuando aprendas a jugar! cuando aprendas a jugar habrás descubierto ya de qué va esto de vivir. Juega, juega hasta que no puedas más y, entonces, sigue jugando. Juega a mamás y papás, a cocineros, a saltar a la comba o dejar caer los cochecitos por la rampa. Juega al pilla-pilla, a liebre, a "juicios", al continental, al stop, a ser un espía que salva el mundo o una princesa que necesita que la salven. Juega a "ciudades" con dinero de mentira, a encontrar un objeto escondido sin que te pille el vigilante o, si eres el vigilante, no dejes que los demás lo encuentren.
Juega. Juega mucho porque, cuando crezcas, tendrás que enseñarnos a los mayores cómo se juega.




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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Artista

Gritó. En la cima de la montaña, alejado de cualquier hombre pero cerca de Dios, gritó. Le gritó a Él. En sus gritos, le pedía que le convirtiera en artista: fotógrafo, poeta, cineasta, pintor, músico, escritor, actor... cualquiera le valía.
Lloraba mientras gritaba. Lloraba porque no sabía de fotografía, pero había encontrado un paisaje precioso. Lloraba porque no sabía componer, pero había encontrado una rima perfecta. Lloraba porque no sabía rodar una película, pero había encontrado una historia maravillosa. Lloraba porque no sabía pintar, pero había encontrado el niño que le haría de modelo para pintar la cara del Niño Jesús. Lloraba porque no sabía cantar, pero tenía una voz preciosa. Lloraba porque no sabía escribir una frase que realmente transmitiera, pero sabía qué quería decir. Lloraba porque no sabía actuar, pero sabía a quién quería interpretar.
Lloraba. Lloraba solo y solo lloraba. Lloraba porque no sabía cómo hacerse entender, pero sabía quién tenía que entenderle.



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sábado, 10 de octubre de 2015

Peces en casa

Hubo peces en casa. No sé por qué, de repente decidieron comprar. Colocaron la pecera en mitad de la casa, para asegurarse de que todo el mundo la vea, supongo. Aunque había poco que ver en una pecera con agua turbia, casi blanca. Peces... no hacen nada.
Lo que comían era asqueroso, pero no era yo quien se ocupaba de que comiesen. No sé cómo se limpiaba la pecera, y tampoco me importa demasiado.
En la pecera había también una especie de piedra hueca. "Una casa para los peces", decía mi hermana. Bueno, comprendo que los peces tuvieran que esconderse de esa vida que llevaban.
No me gustaban mucho los peces. Aún así, cada vez que pasaba por delante de la pecera me paraba y pensaba: "¿No estará su familia buscándoles por todo el mar? ¡Qué difícil les va a ser llegar a Madrid!"


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lunes, 28 de septiembre de 2015

Vuelo

Jugaban a intentar adivinar qué estaban sobrevolando en cada momento. Miraban por la ventanilla, tratando de encontrar algo reconocible. En realidad, habían volado tantas veces que no les costaba mucho averiguarlo. Pasaron por encima de un océano inmenso, el gran charco. Miraban hacia abajo para ver el agua completamente quieta, como si alguien pudiera controlar que no se moviera.
El vuelo era perfecto. Tranquilo, agradable. El avión parecía apoyarse en el aire sin esfuerzo y dejar que la brisa eligiera su rumbo.
De pronto, la brisa suave se convirtió en un viento que desvió por completo la trayectoria del avión. "Por favor, abróchense los cinturones de seguridad". Las turbulencias eran cada vez más fuertes hasta que, en muy poco tiempo, el avión empezó a caer en picado.
Cayó en el charco y quedó roto, empapado. Ni siquiera había conseguido pasar la valla del jardín.



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viernes, 3 de julio de 2015

Encuentro

Y de pronto, en un momento, lo entendió todo.
Lo entendió mientras caminaba. Tenía la frente empapada de sudor y las gotas le caían arrastrándose por las patillas.
Respiraba agitado. No estaba acostumbrado a hacer ese ejercicio físico. El sol, que aparecía de repente cuando la niebla desaparecía, golpeaba fuerte, sobre todo en el cuello. No se había echado crema, no llevaba.
Caminaba más bien encorvado, a pesar de que la mochila no le pesaba demasiado. Las pendientes empinadas le iban a causar dolor de espalda.
No solía llevar bastón, y tampoco hacía demasiadas paradas. De hecho, las paradas que hacía eran cortas, muy cortas. Incluso demasiado cortas. Un día recorrió casi 30 kilómetros parando apenas unos minutos. Era lo malo de caminar entre los últimos.
Pensaba, meditaba, reflexionaba. Hablaba y al hablar descubría. No caminaba solo. La compañía le parecía la mejor. Era la mejor. Fue por eso por lo que lo entendió todo. Miró a su alrededor y dejó de pensar. Ya no se trataba de pensar. Miró a los demás. En ellos encontró lo que buscaba.



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martes, 19 de mayo de 2015

El naranjo de Inesita

De vez en cuando, Inesita se asomaba a la valla para ver el jardín de su vecino. Era un jardín enorme, majestuoso. Casi todo estaba cubierto de césped, salvo una pequeña plaza que estaba justo en mitad. La plaza era de piedra.
En medio de la plaza, dando mayor majestuosidad, un naranjo adornaba el jardín. A Inesita le encantaba ese naranjo: era realmente precioso.
Cuando fue su cumpleaños, su padre le regaló unas semillas de naranjo. Inesita las plantó y todos los días se sentaba a su lado, esperando que un día al volver del cole, se encontraría con la majestuosidad de su naranjo.
Lo regaba todos los días, e incluso le hablaba. Había oído decir que eso era bueno para que creciera fuerte. ¡Tenía tantas ganas de tener su propio naranjo! Alto, hermoso, elegante.

Algunos años con el naranjo adulto han sido suficientes para que Inesita ya no lo quiera tanto. No sabría decir si se ha aburrido de él, o si, simplemente, los naranjos no están hechos para la gente mayor. Sin embargo, el naranjo sigue siendo precioso, aunque Inesita no lo vea.

Lo olvidará, lo dejará de regar y, al final, el naranjo acabará muriendo.



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