martes, 12 de noviembre de 2013

Luz que ciega

No abría los ojos. No podía o no quería. El sol se filtraba a través de sus párpados y, de alguna manera, le quemaba. Sabía que aquello no podía durar y esperó unos instantes para acostumbrarse a la luz, pero no conseguía sentirse seguro. Se puso la mano en la frente, a modo de visera, tratando de amortiguar el ataque del sol. Nada. No conseguía abrirlos. Tenía miedo de quedar ciego si lo hacía, y el miedo le impedía actuar. Comenzó entonces a creer que no volvería a ver la luz.
Las lágrimas se abrían paso para escapar y escocían las mejillas en su recorrido. Desesperado, siguió esperando a que terminase aquella pesadilla, pero ésta parecía no tener final.
Así permaneció, torturado por el sol, buscando el momento propicio para ver, para mirar, para contemplar el mundo en que vivía. Pero las horas pasaban y sus párpados eran cada vez más débiles, fatigados por el sol. Finalmente se rindió, cubrió sus ojos con la misma venda que le había acompañado en los últimos meses y pidió que le volvieran a secuestrar.


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